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Toni Marí - la forja del alma

Este artista, natural de Xàbia, despertó un día su creatividad –y con ella su conciencia-, por una simple casualidad, abriendo los ojos del público, al dotar de vida el hierro. Desde sus primeras y sencillas figuras de animales hasta sus imponentes imágenes humanas han transcurrido sólo tres lustros, en los que ha pasado de ser un sencillo trabajador de un oficio en desuso, a un artista cuyas piezas se pueden encontrar por medio mundo. Es profeta en su tierra, pero vive y se expresa con la humildad de quien cumple con su cometido en la vida. Ahora sus figuras se pueden encontrar en Nueva York, en la Ciudad de las Ciencias de Valencia, en el Palacio de los Príncipes de Asturias, y en exposiciones por todo el mundo.

Al pie del protector y mágico Montgó, a la vista de todo el mundo, al borde de carreteras muy transitadas, nació el arte del javiense Toni Marí, casi por casualidad, por un encuentro, por una necesidad. Y en su arte, como él, todos los javienses hemos ido abriendo nuestros ojos, primero hacia nuestros sentimientos más primitivos –a través de los animales-, luego hacia nuestra personalidad –a través de gigantes de hierro en aparente movimiento, pero vacíos por dentro-; y ahora las miradas escrutan el espacio y el mar, en busca del alma, que muy pronto encontrará, y encontraremos, en un lugar muy lejano…, en nuestro propio interior.

Desde niño, con sólo cinco años, Toni Marí ya intentaba dar vida al metal y a la madera, aunque sus pequeñas manos no alcanzaban todavía a su imaginación. Recuerda cómo una vez, cogió una jaula ratonera y, en un intento de liberar su alma, imaginó un caballo –espíritu apasionado de carácter dominante-, que nunca llegó a materializarse del todo.

Pasaron los años, y la expresión artística de Marí veía su cauce de salida en el papel, el lápiz y la madera. Cuando a los catorce empezó a trabajar en la herrería, la fascinación por la maleabilidad del hierro en la fragua le brindó el camino para expresar todo lo que lleva dentro –y con el tiempo, buscar lo que queda, tras despejar los instintos y sentimientos más primitivos, que no es más, ni menos, que el alma.

Así, sus primeras figuras fueron pequeños toros –que simbolizan la energía creadora que lucha por salir-, pero los guardaba para sí. Un día como cualquier otro, hace unos catorce años, en una conversación casual a la puerta del taller, el aparejador Ángel Palencia le preguntó si le gustaba la plaza que se acababa de hacer ahí al lado. Marí respondió que, “no, porque le faltaba una escultura”. Ese comentario casual cambiaría el rumbo de su vida.

Entonces, el arquitecto Julio Sela le encargó una estatua, y Marí forjó un “burrito” –que simboliza la paciencia, pero también el éxito. El animalito nunca llegó a su destino inicial. No era el lugar ni el momento adecuado. Pero Jiménez de la Iglesia, un arquitecto de Valencia, vio el burrito y se encaprichó de él. El animalito no estaba en venta, así que encargó una cabra (símbolo del capricho y los sueños). El burrito pasó un tiempo en las calles de Aduanas, haciendo las delicias de los turistas que desgastaron su lomo y sus orejitas, e impávido ante la mirada crítica de algunos vecinos. Así hasta que un buen día, una noticia en un periódico provincial declaraba la retirada de un “objeto extraño de la vía pública”. El público en general todavía no estaba preparado, y Marí continuó forjando animales, entre reja y reja, o haciendo pequeños encargos destinados a jardines privados. De esta época son sus peces y peceras –alegoría de aquello en el interior de nuestra psique que pugna por ver la luz.

Marí decidió vender su parte del negocio de la herrería, instalándose por su cuenta en un taller en el barrio de Thiviers, alejado de la vista del transeúnte, pero donde ya se dedicaba casi exclusivamente a la expresión creativa, y a la elaboración de alguna reja –eso sí, artística. Fue un cambio progresivo y difícil, pero hecho con seguridad, y es que a Marí no le gusta “saltar al vacío”. En menos de dos años, cambió al taller donde trabaja actualmente, en la carretera de Dénia. El artista necesita ser observado en su proceso creativo, y el observador necesita al artista para que le muestre su alma.

Es aquí donde recibe el primer encargo de un organismo público: “Bous a la Mar” de Dénia, un enorme toro de líneas agresivas que vence y tira al mar –las emociones- una figura humana de línea infantil. Era algo que sabía que podía hacer: “me gustan los retos controlados”. Por fin el verdadero artista surge de la fragua con fuerza, y está preparado para ser admirado por el público en general.

Llueven los encargos, que dan rienda suelta a Marí para explorar cada una de las formas, cada uno de los sentimientos, cada idea y cada sueño de su proceso creativo. Aparecen los pájaros –que simbolizan la liberación del alma-, y en concreto el águila –la conquista y el triunfo. Sin embargo, para Marí que se aleje una escultura “no tiene tanto valor como cuando la gente que conozco las puede admirar”.

Toni Marí no dibuja antes la figura que quiere crear, sino que las imagina en un lienzo mental tridimensional, para luego dirigirse directamente al hierro y trazar las piezas que recortará y soldará. El trabajo sobre el hierro pule el metal, dejándolo desnudo y brillante, pero una vez finalizada la figura, se galvaniza o se oxida con ácido, y se tinta con pintura transparente protectora. Trabaja el hierro desnudo en su fragilidad, para luego protegerlo sin ocultar su belleza ni su verdadera expresión.

Cada animal o figura que trabaja la repite infinidad de veces hasta que la práctica perfecciona la expresión del verdadero carácter de la imagen. A Marí no le gusta “jugar con la imaginación de la gente”, sino que prefiere que, “la gente juegue con su propia imaginación, a partir de una base”. Líneas simples cargadas de emoción: rectas agresivas, curvas llenas de movimiento y suavidad. Huecos que inducen interpretaciones previsibles. “A veces lo menos es más”, declara el artista.

Llega el primer encargo de una figura humana: un jugador de golf –juego que según el análisis simbólico representa aquellas relaciones sociales que debemos mantener, aunque nos resulten superficiales o no del todo sinceras. No es el momento de comenzar todavía con la introspección. De la fragua surge un humanoide, más bien un androide, carente de emociones, y de expresión simple. Bello, pero sin acercarse a la complejidad del alma, y ya libre del impulso de los instintos. Estético pero austero. De esta época viene el encargo de la rotonda de entrada a Xàbia. La consagración del artista en su propio feudo. Pero no es el momento. Todavía quedan lecciones por aprender. Momentos personales duros, presiones autoimpuestas se materializan en una obra que a muchos –y entre ellos al artista- no contenta. Líneas demasiado rectas hablan de una rigidez que soporta un gran vacío, camuflado por cientos de gaviotas volando –preocupaciones y problemas. Obra que el artista promete arreglar –herida que quiere sanar-, pero cuando llegue el momento…

El momento llegará cuando complete esa mirada hacia el interior del alma que ya ha comenzado. Las figuras robóticas fueron pronto sustituidas por hombres de hierro ondulante y articulaciones retorcidas, capaces de transmitir toda la fuerza de su movimiento y no dejar lugar a que la imaginación vacile. Trabaja, baila, juega, hace equilibrios. Sin embargo, la búsqueda verdadera se inicia cuando el hombre alza la mano para otear el horizonte. Busca en el mar, en el cielo y en las estrellas, pero su torso sigue albergando un gran hueco.

Un encargo para una afamada bodega le lleva a explorar el mundo vegetal, parras, uvas, hiedras, girasoles comienzan a cubrir y entrelazar la creación del artista, rodeándolo del confort del paisaje natural de su infancia. En este entorno rico y seguro seguramente podrá adquirir la experiencia necesaria para adentrarse por fin en el alma. Y con él entraremos todos los que vemos y vivimos su obra, ya que Marí, en su humildad, nos muestra el camino de nuestra conciencia colectiva.

Guiomar Ramírez-Montesinos Krogulska

Biografía de Toni Marí
 
© 2008 Antoni Marí Sart